viernes, 22 de julio de 2011

La gran confusión británica


El 5 de octubre, el diario español El País publicó la nota “Maradona como metáfora argentina”. Allí un periodista inglés y un psicoanalista argentino ven en Diego “el espejo del fracaso argentino”.
No es intención de esta nota bajar línea sobre la escrita por el periodista inglés John Carlin y el psicoanalista argentino Carlos Pierini y reproducida con entusiasmo por diarios y varios medios del país. Sí es intención, entender la (rápida) capacidad que existe para estandarizar los ejemplos y mezclar todo con vehemente facilidad, cuando se trata de contar un país desde el deporte. Y, sobre todo, cuando en medio de esto está Maradona.
Carlin y Pierini señalan que “el fracaso de Maradona en el Mundial fue el espejo del fracaso de Argentina como país. Por un lado, una falta de rigor y humildad en la planificación; por otro, un derroche de los recursos disponibles”. Hábil talento para encuadrar cuestiones que ocurren en el fútbol y alinearlas a la idiosincracia de Argentina. Siempre es seductor explicar la forma de ser de los pueblos a partir de las formas que encarnan sus representantes deportivos. En algunos casos resulta cierto. No en todos.

Fracaso. ¿Qué dirían Carlin y Pierini de lo que sucede con el hockey y el básquet? ¿Los jugadores, dirigentes y técnicos que llevaron adelante la tarea de ubicar estos deportes también estarán sugeridos en la “falta de rigor y humildad en la planificación”? ¿O debemos considerar que Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Luciana Aymar y Noel Barrionuevo no son argentinos por formar parte de proyectos llevados adelante con seriedad, rigor profesional, espíritu competitivo y la búsqueda del todo (el equipo) por sobre las individualidades? ¿O será que ellos son menos argentinos que Diego para los autores?. Pero de la misma manera que se ata con finos piolines que el ciclo de Maradona es un espejo del “fracaso argentino”, tampoco es bueno deducir que los triunfos de Las Leonas y del seleccionado masculino de básquet sean un reflejo de lo que “podemos hacer los argentinos”, como decían los dictadores al término de los mundiales ganados en épocas pasadas.
Ilusión. Pero “el problema aquí es Maradona”, como dice la nota de El País. Además, afirma: “En el sistema maradoniano solamente brilla la ilusión. Dentro de este sistema de pensamiento las cosas terminan no teniendo ni pies ni cabeza. Resultado: fracaso en la vida y arrastrando en el fracaso, en este caso, a la Selección Argentina, también se puede arrastrar a toda una Nación”. En estas mismas líneas, Miradas al Sur ha criticado a Maradona su cualidades para ser DT, así como el muñequeo con las cuestiones políticas y su facilidad para acomodarse a todo. ¿Pero quién se atreve a ponerse el sayo para sostener que lo de “Maradona es un fracaso en la vida”? ¿Con qué argumentos se sostiene que el fracaso de la Selección Argentina arrastra a toda una Nación? ¿Serán las 20 mil personas que fueron a Ezeiza a la vuelta del equipo de Sudáfrica la muestra de esto?
Mano. Jimmy Burns, colega inglés de Carlin, escribió en 1996 y reeditó en 2002 y 2005 Maradona, la mano de Dios. En dicho libro también Maradona encarna al tramposo que los argentinos, siempre según Burns, reivindicamos, de la misma manera que lo hacemos con otros personajes simbólicos como Martín Fierro, un gaucho vago e improductivo. Diez años antes de la edición del libro de Burns, Maradona había logrado establecerse para siempre en el consciente colectivo de la sociedad argentina e inglesa. La Mano de Dios, la jugada con la que puso a la Argentina 1 a 0 en cuartos de final de México ’86, fue el detonante.
No hubo acción deliberada en la jugada, sino un gesto instintivo. Pero Diego encarnó desde ahí a un ser bribón para esa lógica tan impoluta, tan ética, tan europea. Poco se tomó en cuenta que Maradona no tuvo gestos de trampa premeditados en su carrera.
Sus jugadas, la de la mano y la histórica apilada posterior, como bien dice la nota de Pierini y Carlin nos dejaron a los argentinos “presos de la nostalgia”.
Sería bueno entender qué sentimiento despertaron aquella mano y aquellas gambetas en la sociedad inglesa para ser recordadas con tanta frecuencia.
Desde aquí rara vez ocurre lo mismo. Por ejemplo, no se escriben libros ni se hacen mayores análisis del penal que el juvenil Michael Owen inventó contra Argentina en Francia ’98 y en Corea/Japón 2002. O de la manera en que se designaron en el Mundial de Inglaterra en 1966 un árbitro alemán para un partido entre Argentina-Inglaterra que expulsó a Antonio Rattin y uno inglés para Alemania-Uruguay que obvió un penal, expulsó dos uruguayos y le anuló un gol a la Celeste, clasificando así a las selecciones europeas. Tampoco se analiza el gol que a Inglaterra le dieron por válido en el suplementario de la final de ese mundial contra Alemania, aunque no esté claro si la pelota picó del lado de adentro de la línea.
Sin embargo, continuando los postulados de Pierini-Carlin, podríamos inferir que los jugadores y dirigentes ingleses son tramposos y ventajeros, por lo tanto estarían representando a un pueblo con características similares. Es preferible deducir que el accionar de los deportistas, mayormente espontáneo, no representa en su totalidad a un país. Y que en todos lados se cuecen las mismas habas. De hecho, no todos los ingleses son como Carlin y no todos los argentinos somos como el doctor Pierini.

                                                                                                                  Christian Rémoli

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