sábado, 23 de julio de 2011

BICENTENARIO: REVOLUCIÓN HAITIANA

Frente a las costas de la América Central, al norte de Colombia y Venezuela, se extiende el archipiélago de Las Antillas, cuyas costas están bañadas por el Mar Caribe en el occidente y por el Océano Atlántico en el oriente. Las islas de Cuba, La Española y Puerto Rico se distinguen por su extensión y reciben el apelativo de Antillas Mayores. Cristóbal Colón desembarcó en La Española el 5 de diciembre de 1492 y la isla pasó a formar parte del Imperio Español. Este hecho marcó el inicio de la conquista, colonización, saqueo y despoblamiento de tierras que ni eran nuevas, ni incultas ni mucho menos estaban deshabitadas. Antes de la llegada de los españoles, la isla estaba poblada por las etnias arawak, caribes y taínos, que sumaban unos 300.000 habitantes. En menos de 15 años fueron reducidos a 60.000.
Durante los primeros años de vida colonial, en la región occidental de la isla se asentaron los bucaneros –hombres que vivían de la caza de reses y cerdos cimarrones, del comercio de pieles y el cultivo de tabaco– y los filibusteros –nombre que se le daba a ciertos piratas del mar Caribe que perturbaban las comunicaciones marítimas de los españoles–, ambos grupos de origen francés. Ocuparon primero la isla de Tortuga y se extendieron luego en la parte occidental de La Española, razón por la cual Francia reclamó la posesión de la parte oeste, que fue cedida por España en 1697. Se formó así el Saint Domingue francés (actual Haití). Se comenzó la explotación de la caña de azúcar y de otros frutos tropicales mediante el sistema de plantación, basado en la mano de obra esclava. Para mediados del siglo XVII se incrementó el comercio de esclavos africanos. En la víspera de la Revolución Francesa, Saint Domingue era la principal productora de azúcar del mundo e incorporaba un promedio de 30.000 esclavos africanos por año.
La paradoja en torno a la esclavitud se hizo patente cuando hubo que enfrentar la contradicción entre el desarrollo de la revolución en Francia y en sus colonias. Si bien los hechos y las ideas de la Revolución tuvieron repercusión entre los habitantes de Saint Domingue, no fue menor la importancia histórica de las revueltas de esclavos, que constituían prácticas de larga data, junto con otras formas de resistencia incorporadas en su experiencia de vida. Una de ellas consistía en la huida de las haciendas hacia las zonas altas. A estos fugitivos se los denominaba «cimarrones». Las «cimarronadas» sucedían con frecuencia, a pesar de los severos castigos establecidos en el Código Negro, incluidas las mutilaciones y hasta la muerte para quienes eran recapturados. Los cimarrones se agrupaban en «palenques» o «quilombos», donde sobrevivían organizados en base a prácticas comunitarias y solidarias.
En 1791 tuvo lugar una conspiración masiva de esclavos liderada por el jamaiquino Boukman, un sacerdote vudú que reunió a los hombres de diversas culturas africanas y exhortó a dejar de lado al dios de los blancos, que tantas penas causaba, y escuchar la voz de la libertad que hablaba en el corazón de cada uno. Toussaint de Breda se unió a los insurgentes para servir como médico, por sus conocimientos de hierbas y artes de curar. La instrucción militar la recibió Toussiant de los españoles, llegó a dirigir una tropa de más de 3.000 soldados y consiguió algunas victorias en pocos meses. Fue entonces cuando se lo comenzó a llamar por el apodo de L’Overture –la abertura, el principio de ciertas cosas, el iniciador–, tal vez por su capacidad de negociar, de ir abriendo posibilidades. Tras la muerte de Boukman, el 29 de agosto de 1793, en una proclama pública, se presentó como el líder de los negros.
Desde 1794 hasta 1800, bajo la dirección de Toussaint Louverture, los ex esclavos, ahora hombres libres y soldados disciplinados, lucharon contra la invasión británica, obligaron a los españoles a replegarse a su territorio, fortalecieron el movimiento abolicionista y sofocaron los intentos de guerra civil promovidos por los mulatos.
En 1801, después de una cruenta guerra antiesclavista y en medio de las tensiones extremas que imponía la situación internacional, Toussaint, como gobernador de Saint Domingue, mandó a redactar una Constitución republicana que decretó la abolición de la esclavitud, extendió la condición de ciudadano a todos los habitantes de la Colonia, cualquiera fuese el color de su epidermis, y estableció normas para regular la vida y la producción.
Ya desde el primer párrafo del texto constitucional puede advertirse una contradicción entre la aseveración de que el territorio de Saint Domingue está sujeto a leyes propias, lo cual es índice de una afirmación de autonomía, y la aceptación de la pertenencia a la «una e indivisible República Francesa», con lo cual se admite el estatus colonial.
Era una constitución republicana. Establecía la división de poderes y el reconocimiento de los derechos del hombre y el ciudadano. La conducción administrativa de la colonia –Poder Ejecutivo– era confiada a un gobernador, quien también ejercía la función de jefe de las Fuerzas Armadas. La misma Constitución nombra como gobernador al ciudadano Toussaint Luoverture «por el resto de su gloriosa vida»: otra aparente contradicción.
En cuanto a la organización de la producción, se afirmaba que siendo la Colonia esencialmente agrícola, no se podía permitir la menor interrupción del trabajo. La plantación, establecimiento destinado tanto al cultivo de la caña como a la producción del azúcar, era considerado como hogar de una familia activa y constante de agricultores y trabajadores, para quienes el propietario del terreno representaba el padre. Cada miembro de la familia era accionista en los ingresos.
Contradicciones

La primera constitución de América latina surgió envuelta en violentas contradicciones. La tensión entre el carácter republicano del texto, la concepción autoritaria del Estado y el perfil paternalista del jefe de Gobierno están presentes también en la Constitución de Dessalines, de 1805, y en la de Henry Christophe, de 1807, lo cual ha dado lugar a lo que se ha caracterizado como «negrismo» en tanto doctrina política. Esto es que la idea del jefe de Estado como padre de familia se vincula con una práctica ancestral de la familia «bossale» (esclavos nacidos en África), que es comunitaria y reposa sobre un bien común inalienable, el bien de los menores «byen miné». La gestión de los bienes del conjunto de la familia ampliada exige una jerarquía y una autoridad (del padre), pero debe reposar sobre el consenso entre todos sus miembros. El poder se encuentra, entonces, diluido, ya que la autoridad no se acepta como emanante del individuo sino como proveniente del grupo.
Lo que aparece como contradicción es resultado del choque entre, por una parte, un concepto de Estado y una organización de la producción para el mercado propias de la modernidad ilustrada y, por otra parte, una tradición bossale comunitaria, con base en una economía de autosubsistencia, estructurada según formas de racionalidad que hoy llamaríamos premodernas, las cuales fueron ignoradas sistemáticamente por la administración colonial francesa como proyecto político viable.
Las disposiciones constitucionales y las acciones de Toussaint provocaron la reacción de los dueños de las plantaciones, que iniciaron una propaganda en su contra desde Cuba, Estados Unidos y Europa. En Francia, Napoleón Bonaparte recogió las quejas y se propuso restablecer el antiguo estatus colonial de Saint Domingue. En enero de 1802, la tropa francesa de 25.000 soldados desembarcó en Saint Domingue al mando de Víctor Emmanuel Leclerc –esposo de Paulina Bonaparte, la hermana de Napoleón–. Su cometido era resarcir a los colonos y restablecer la esclavitud. Por medio de una artimaña, Leclerc captura a Louverture el 7 de junio de 1802 y lo envía a Francia junto con su familia. Fue encarcelado en Fort de Joux, en las montañas del Jura, la región más fría de Francia. Los acontecimientos que se sucedieron hasta su captura y posterior deportación y encarcelamiento en Francia son narrados en la extensa Memoria, dirigida a Napoleón. En ella, se evidencia una afirmación de sí mismo como sujeto histórico, que produce una alteración de los valores vigentes en el esquema axiológico de la situación colonial. Desde su perspectiva, no es él quien ha subvertido el orden, sino Leclerc quien viene a interrumpir la paz alcanzada tras la sanción de la Constitución.
Al ser capturado, dijo que con su derrocamiento no conseguirían «abatir el árbol de la libertad de los negros […] porque sus raíces son muchas y muy profundas». Las experiencias de su propia vida, contenidas en el texto de Memoria, relatan un episodio que permitió la emergencia de otra historia de la libertad. Una historia que acontecía no en la ilustrada Francia, sino en una colonia francesa, cuyos protagonistas fueron hombres de piel oscura que por generaciones habían sido sometidos a la esclavitud. No es la historia de un concepto, sino la de personas reales que, afirmándose en su condición de sujetos históricos, llevaron adelante el duro trabajo de realizar la libertad.
Toussaint murió en prisión el 7 de abril de 1803. Pese a los intentos napoleónicos de restablecer la esclavitud, el proceso revolucionario no se detuvo. Los campesinos libres de las montañas iniciaron la nueva etapa de liberación del dominio francés. El 1º de enero de 1804, su nuevo líder, Jean-Jacques Dessalines, proclamó la independencia del país y restableció su nombre aborigen Haití. Fue el primer territorio independiente de América latina y la primera República negra del mundo, pero sobre todo fue la primera nación libre de hombres libres. Después de 1811, cuando Bolívar se quedó sin recursos y fracasó en su intento de obtener ayuda de Inglaterra, se dirigió a Haití para apelar a la generosidad de la joven República negra. Alexandre Pétion, que a la sazón gobernaba desde Port-au-Prince la parte occidental del país, puso a su disposición hombres, armas, dinero y algunos consejos que se desprendían de la experiencia haitiana, con la única condición de que aboliera la esclavitud en los territorios que liberara. De no haber sido por ese gesto, la epopeya bolivariana habría tenido, tal vez, otro curso y otra significación en la historia de nuestra América. Así, Bolívar pudo desembarcar en tierra firme venezolana y marchar de triunfo en triunfo, logrando la independencia de Venezuela, Nueva Granada, Bolivia, hasta llegar al Perú, completando la gesta independentista que San Martín había iniciado, también, desde el sur del continente.


Adriana María Arpini, Doctora en Filosofía
UNCuyo - CONICET


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