sábado, 12 de mayo de 2012

La brecha digital, o cómo poner el carro delante del caballo

Por Laura Siri Lo primero que llama la atención cuando uno intenta analizar la llamada "brecha digital" es la mera existencia del concepto. Porque, por ejemplo, ya hay en el mundo 963 millones de desnutridos, y nadie habla de "brecha alimentaria". Sería difícil demostrar que algún grupo significativo de personas haya muerto por falta de tecnología informática. Sin embargo, cada año mueren 3,5 millones de niños por malnutrición y la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) cree que la cifra irá en aumento(1). Asimismo, muchas personas padecen enfermedades que deberían haber sido erradicadas hace mucho, y nadie habla de "brecha en salud". Por ejemplo, según la OMC, la tuberculosis es la principal causa de morbilidad y mortalidad infecciosa en los adultos de todo el mundo. Cada año mata a 1,7 millones de personas, es decir, prácticamente una cada 15 segundos, pese a ser curable. Y alrededor de dos mil millones de seres humanos están infectados con el bacilo de Koch. Quizá el origen del asunto tenga que ver más con aquellos que venden tecnología que con quienes supuestamente se beneficiarían por su uso. Cisco Systems, por ejemplo, es la empresa que fabrica y desarrolla equipos clave para que la Internet pueda existir: los routers. Anualmente esta firma de origen californiano publica en conjunto con el World Economic Forum su "Network Readiness Index" o NRI: un listado de 127 países ordenado según un índice de grado de "preparación" o "aptitud" para la conectividad, conformado por 68 diferentes indicadores. En el primer lugar del ranking figura Dinamarca, seguida por Suecia y Suiza. En América Latina y el Caribe, sólo 4 economías se encuentran ubicadas entre los principales 50 puestos: Chile (34), Barbados (38), Puerto Rico (39) y Jamaica (46). México y Brasil están en los puestos 58 y 59, respectivamente. Este estudio, como muchos similares, sugiere que la conectividad amplia y de banda ancha impulsa la competitividad económica, el crecimiento sustentable y la reducción de la pobreza de un país. Sin embargo, ¿no podría ser exactamente al revés? Es decir que si un país es competitivo, tiene crecimiento sustentable y bajos niveles de pobreza, probablemente utilice sus abundantes recursos en incrementar la conectividad. También es posible que decida desarrollar un programa espacial, o cualquier otro proyecto costoso. Pero si incrementa la conectividad y el principal renglón de su economía es, digamos, la producción de algodón, sería difícil demostrar que eso beneficiaría automáticamente y en forma significativa el desarrollo económico y social. Como siempre se dice en estadística, correlación no implica causalidad. Incluso a escala micro seguramente se podría encontrar una correlación positiva entre la posesión de artefactos electrónicos, entre otras variables, con la capacidad económica de los hogares. De lo cual alguien podría concluir que la adquisición de dichos artefactos genera riqueza. Pero, ¿no será exactamente al revés? Porque es evidente que si uno tiene recursos, puede comprar PCs, televisores de plasma, notebooks, teléfonos de alta gama, y mucho más. Pero comprar esas cosas no aumenta la riqueza de nadie. No son necesariamente una inversión, pueden ser simples gastos, que mejoren la diversión y la comodidad, pero no siempre la productividad. Y las mismas personas que pueden permitirse adquirir todo eso, en el caso de no ser muy afectos a la tecnología quizá prefieran gastar sus recursos en construir una piscina en el jardín. Y hasta podrían vivir más años que los amantes de los "gadgets", debido al ejercicio de nadar regularmente, en vez de estar horas delante de una computadora. Es falaz suponer que quienes no se dedican a incorporar obsesivamente tecnología están condenados a estar del lado malo de la civilización frente a la barbarie. En España, un país del primer mundo, se leen a menudo informes donde se escandalizan de la baja penetración de la banda ancha con respecto a otras naciones de la Unión Europea. Lo que no se suele resaltar es que, según estudios de fundaciones como Telefónica y Orange, así como el BBVA y otros organismos, cerca del 70 por ciento de los hogares sin banda ancha declara en las encuestas que es por falta de interés. No es por el precio, no es por la complejidad, es porque simplemente no todo el mundo necesita Internet para sentir que vive mejor. El problema es que lo que podría ser una simple constatación de hechos, termina planteándose como prescripción. Por ejemplo, el NRI dice que "las nuevas definiciones retratan el alto ancho de banda como una necesidad, quizá incluso como un servicio público comparable al agua potable". En otro lugar, dice que "en un contexto social más amplio, se ha reconocido que la conectividad tiene un impacto positivo en la transparencia, el buen gobierno y la democracia". Esta última afirmación llama especialmente la atención si se piensa, por ejemplo, que la República Popular China, un país donde se puede recibir duras penas por expresar determinadas ideas en Internet, figura mucho mejor posicionado en el NRI que otros donde la opinión no es delito. Este tipo de rankings induce a pensar que la conectividad no sólo trae competitividad económica, sino también democracia y transparencia, cuando esto es sencillamente una falacia. Es natural y no tiene nada de malo que Cisco y otras empresas de informática, que son organizaciones con fines de lucro, traten de persuadir a la sociedad de que los países atrasados en ese rubro están económicamente perdidos y perderán el tren de la modernidad. Cada uno tiende a presentar las situaciones del modo más favorable a sus intereses. Pero, si el tema se considera en forma más sistémica, se puede poner en duda que haya que ir hacia la llamada "Sociedad de la Información" lo más rápido posible y a cualquier costo. El caso de la Argentina puede ilustrar este punto. En los '90, cuando la economía era extremadamente abierta y la tendencia general era hacia la desregulación y la liberalización, los bienes importados, como los electrónicos, no resultaban relativamente tan onerosos para los presupuestos hogareños como hoy en relación al ingreso. Se podría pensar que, de continuar esas condiciones, hubiese sido más fácil romper la brecha digital en el país. Sin embargo, por la específica estructura de la economía argentina, ese tipo de políticas generó desempleo, quiebra de empresas y falta de competitividad. Durante el 2002, con la caída de aquel modelo económico, uno de los mercados más castigados por la crisis fue, justamente, el de informática. En la actualidad, con otro tipo de cambio y políticas más proteccionistas, según datos publicados en abril de 2008 por Marcó Consultora se necesitan 2,52 sueldos promedio para comprar una computadora de escritorio sin marca, y casi tres para adquirir una PC de marca. En cuanto a las portátiles, requieren 3,09 sueldos si son armadas localmente o 4,06 si son de marca internacional. Así que es factible que unas mismas políticas, por un lado, tengan un efecto reductor de las brechas digitales y, por otro, repercutan negativamente en la economía global de un país. Concretamente, es posible que en la Argentina de los '90 las importaciones libres y baratas fueran buenas para comprar computadoras. Pero eran malas para el empleo y la producción, porque junto con un montón de productos como los de informática, que no se podían desarrollar localmente, también ingresaba una gran masa de mercaderías de todo tipo que competía con ventaja con la industria nacional. Por supuesto, lo ideal sería que el país tuviera una producción propia de bienes de alta tecnología, generada en el marco de un Sistema Nacional de Innovación. Pero, por muchas razones, ése no es el caso de la Argentina ni de los países subalternos en general, y esa situación no se corregirá comprando la generada en los países centrales. También hay paradojas peores, como ilustra el floreciente mercado mundial de móviles. En efecto, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas publicado en febrero de 2008, estos teléfonos están ayudando a disminuir la brecha digital. Dicho estudio también resalta que los subscriptores a telefonía celular casi se han triplicado en los países en vías de desarrollo en los últimos cinco años, y ahora representan cerca del 58 por ciento de los usuarios en todo el mundo. Se estima que ya hay unas 3000 millones de personas con celular. Particularmente, "en África, donde el incremento en términos de número de subscriptores de teléfonos celulares y el ingreso al mercado ha sido el mayor, esta tecnología puede mejorar la calidad de vida de la población en general", asegura el informe. El problema es que, justamente en África, más concretamente en el Congo, la explotación de un material necesario para la fabricación de celulares está impulsando conflictos bélicos terribles. Se trata del coltan, denominación usual de la aleación de dos minerales: Columbita (col) + Tantalita (tan). Este material es vital para fabricar aparatos electrónicos, centrales atómicas y espaciales, misiles balísticos, videojuegos, equipos de diagnóstico médico, trenes magnéticos y fibra óptica. Pero el 60 por ciento de su extracción y comercialización se destina a fabricar condensadores para teléfonos móviles y, al parecer, no se puede reemplazar por otra cosa. El 80 por ciento de la producción mundial de coltan viene del Congo. Y las disputas por el control de su producción están generando cruentas catástrofes humanitarias desde hace más de una década. Se estima que sólo en la región operan 23 grupos armados y todos van detrás de lo mismo: la riqueza mineral. Además, según un informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas difundido en el 2001, algunas trasnacionales de celulares financian a través de intermediarios clandestinos a los bandos en pugna. Entonces, a pesar de su contribución para que el resto del mundo pueda tener celulares a granel, la República Democrática del Congo es uno de los países más pobres del globo, donde miles de desplazados deambulan en medio de todo tipo de peligros y sin los servicios humanitarios más elementales. Por cierto, este país ni siquiera figura en el listado NRI. Por lo tanto, parece que para que en muchos lugares del mundo se disfrute de ciertos adelantos técnicos, el precio pueden ser condiciones infrahumanas de vida en algunas regiones olvidadas. Otra falacia usual en el discurso sobre la brecha digital proviene de la escasa consideración acerca del esquema de propiedad de las tecnologías que se pretende difundir. Por ejemplo, es muy común leer que Microsoft done software a escuelas u otras instituciones con el fin explícito de contribuir a reducir la brecha digital. Según un comunicado de esta empresa, desde el 2003, la compañía ha donado más de 135 millones de dólares en efectivo y software para apoyar a organizaciones sin fines de lucro en 21 países de Latinoamérica y el Caribe. Sin embargo, el texto del contrato de las licencias de uso del software de Microsoft, tanto adquiridas en el mercado como mediante donaciones, contradice claramente la idea de que ese tipo de tecnología pueda contribuir de algún modo para reducir la brecha digital. La razón principal es que, evidentemente, cuando un software se puede compartir legalmente, muchos pueden beneficiarse de su uso sin ninguna barrera de entrada. Pero, en las licencias de Microsoft y de otras empresas, compartir el software está expresamente prohibido. El software libre, en cambio, una vez obtenido, puede ser usado, copiado, estudiado, modificado y redistribuido libremente. Es posible que para obtenerlo haya que pagar, pero se distribuye mediante licencias que permiten las llamadas "cuatro libertades": • Usar el programa con cualquier propósito. • Estudiar el funcionamiento del programa, y adaptarlo a las necesidades. • Distribuir copias, con lo que puede ayudar a otros. • Mejorar el programa y hacer públicas las mejoras, de modo que toda la comunidad se beneficie. El software que no las respeta, como el de Microsoft, Adobe, Apple, y muchas más, se denomina "privativo", porque priva al usuario de estas libertades. Según el gurú del software libre Richard Stallman, cuando Microsoft u otras empresas regalan software, lo que hacen en realidad es crear dependencia de su modo de hacer las cosas. Hacen que el usuario aprenda a usar solamente sus herramientas y, por lo tanto, luego le dé pereza mental usar otras. Lo que dice Stallman es bien fuerte: afirma que este modelo de negocios es igual al de los traficantes de droga, que dan las primeras dosis gratis y luego, una vez creada la adicción, por supuesto las venden. Y si los niños que usaron ese software donado en su escuela quieren usarlo en su casa o en su trabajo cuando ya son adultos, ya nadie se lo dará gratis. Además, por razones estrictamente comerciales, los productos de software privativo constantemente vienen en nuevas versiones, que deben pagarse, y el fabricante discontinúa el soporte de las versiones anteriores. Discontinuar el soporte implica, por ejemplo, que ya no haya parches de seguridad para los productos previos, con lo cual el usuario se expone a toda clase de vulnerabilidades informáticas si continúa usándolos. Esto es visto por los defensores del software libre como una especie de "impuesto al conocimiento". Por otra parte, cada vez que sale una versión más actual, aumentan los requerimientos del hardware compatible, lo que obliga a realizar fuertes y constantes inversiones en nuevos equipos. Evidentemente, esto no contribuye a cerrar la brecha digital. El software que se obtiene gratis no necesariamente es software libre. Así que, cuando una empresa que habitualmente vende software privativo lo regala, por ejemplo, a una escuela, de algún modo le está dando un caballo de Troya. En particular, está obligándola a sostener la dudosa teoría de que compartir está muy mal, que debería ser criminalizado. También que está mal tratar de conocer cómo funciona esa tecnología porque, como los códigos fuente del software privativo son secretos, para usarlo se necesita aceptar que intentar aprender cómo está hecho está prohibido. Y esta última reflexión se relaciona directamente con la falacia más peligrosa de muchas discusiones sobre brecha digital. La idea de que lo malo es no tener suficiente acceso al consumo de ciertos productos tecnológicos, cuando el drama es no tener acceso a su producción. Quienes realmente ganan con las tecnologías de información y comunicación son quienes las desarrollan y las venden, no necesariamente quienes las compran. El mecanismo de generación de falacias acerca de la brecha digital es simple: se abstrae arbitrariamente una dimensión de la condición desigual del acceso a los bienes. Se plantea que es causa algo que sólo es consecuencia, y se omite que en ciertas circunstancias la reducción de dicha dimensión arbitraria no disminuye el monto global de desigualdad, sino que lo amplía. Finalmente, se acude al truco más viejo del mundo: presentar como interés general lo que, en realidad, es un interés particular de quienes venden determinados bienes y servicios y querrían que fueran tan de primera necesidad como el agua y la comida.

miércoles, 9 de mayo de 2012

LA ISLA DE LOS WICHÍ

Marianito Moreno se recuperó físicamente de una desnutrición aguda, pero arrastra secuelas neurológicas.La muerte de siete niños de las comunidades echadas de sus tierras en Salta recuerda el drama de los que no son tratados como hermanos En apenas doce días, siete nenitos de entre seis meses y tres años murieron en el departamento de General San Martín, al norte de la provincia de Salta. Todos pertenecían a la etnia wichí y todos fallecieron a causa del estado de desnutrición en que se encontraban. En su mayoría, la diarrea estival fue la encargada de asestar el tiro de gracia.“La otra vez fuimos noticia porque cortamos la ruta, por los pozos petroleros, pero ¿quién se va a acercar ahora por los niños que mueren de hambre, hermano? El niño no habla, no te puede decir tengo hambre, y son sólo los papás los que los están mirando y los tienen en los brazos hasta que se mueren”, interpela a Miradas al Sur, Eduardo Paliza, integrante de la comunidad wichí. Por eso, esta vez, la sorpresa fue que el tema se instaló en los medios. Porque, el año pasado, a esta altura, la cifra de niños fallecidos duplicaba a la de este 2011, y la del anterior fue aún mayor, y la del anterior, más. Así y todo, semejante espanto no mereció la escena mediática de aquellos años no electorales.De todos modos, las explicaciones periodísticas aportaron más confusión que otra cosa. “La radio y la tele, que están acá a la vuelta nomás, dicen que ‘es un problema cultural’. Mentira. ‘Es un problema indígena’”, se queja Paliza. “Cortan el hilo por lo más delgado. Si nosotros tuviéramos todas las tierras, el río, el pescado, las frutas, las plantas, no se le pide a nadie nada. Cómo va a hacer una madre con sus hijos, si no le puede dar la fruta, ni el pescado? Acá en el norte hay mucha riqueza en la tierra, ¿pero cómo llegar si está todo alambrado y no podés pasar porque te meten tiro o te mandan a la policía?Paliza empieza a desentramar una parte del problema. Quizá la fundamental. Al menos para las comunidades, porque todos los caciques repiten que el problema es el desempleo, y que ello está directamente ligado con la expulsión de los pobladores originarios, la ocupación de sus tierras y la instalación de industrias que generan muy poco empleo.“El departamento de San Martín empieza en Embarcación y termina en Bolivia –cuenta el ciudadano argentino y wichí–. Son cien kilómetros de ruta. Al este están las sojeras, todos los días los aviones están tirando cagada y veneno, matando a los pueblos indígenas todos los días. Al oeste, están las petroleras, que envenenan todo, los ríos, la tierra, y matan a los animales, y eso nadie lo dice. Estamos a 2 mil kilómetros, pero la amiga Presidenta tiene que conocer la verdad”, remata.Octorina Zamora también es salteña, es wichí y le apunta a la usurpación: “Los pobres, los indígenas, no tenemos acceso al trabajo digno, no podemos contar con los medios económicos para dar de comer a nuestros hijos. Les dan prioridad a la soja y nos despojan de nuestro territorio, de nuestro hábitat. Uno de los mayores culpables de todo esto es el tema de los despojos, el desmonte, hay muchos pueblos acorralados por vastos territorios de gente que ni siquiera son del lugar,. Hay muchos patrones que nosotros ni conocemos”.Octorina agrega que las 17 comunidades indígenas (wichí, guaraní y quom) que viven en Embarcación y se quedaron sin territorios, también sufren inundaciones cada vez que llueve. “Encima, Embarcación está en una zona de transición entre las sierras de yungas y el Chaco salteño árido, el único pulmón ecológico que tenemos”. La Dirección de Recursos Hídricos provincial publicó un informe que “dice que el pueblo de Embarcación está en riesgo de sufrir un alud por los desmontes”. Octorina estuvo en agosto de 2009 en Buenos Aires, junto a otros veinte wichís, pidiendo a la Corte Suprema que detenga los desmontes. La Corte ya estaba al tanto: seis meses antes siete caciques wichís habían participado de la audiencia pública, junto a los gobiernos provincial y nacional, que el máximo Tribunal había ordenado al hacer lugar al amparo que detuvo por un tiempo talas y desmontes en San Martín, Orán, Rivadavia y Santa Victoria. Mente, cola y corazón cerrados. En el mismo sitio donde los bebés se mueren de hambre están los campos de Alfredo Olmedo. En poco tiempo acumuló unas 160 mil hectáreas. Según fuentes provinciales, “andando mal, le da un rinde de 440 millones de pesos por año”. Alfredo Olmedo hijo, hoy diputado, declaró: “Soy orgulloso de ser del campo y pertenecer a una cultura del trabajo”. Pero los salteños aseguran que “no se le conoce sudor, nunca trabajó”. Las únicas actividades en que se lo vio antes del Congreso y de Cocodrilo fueron las carreras de motocross y motos de agua. El diputado corría en aguas más limpias que las que las comunidades traen de lejos, almacenan por días en tachos precarios y causan la diarrea. La diarrea estival, habitual en esta época, altera la absorción intestinal, lo que produce la pérdida de agua, minerales y nutrientes. En los niños pequeños, provoca rápida deshidratación. Si no se trata a tiempo acarrea consecuencias graves, como la muerte.El aspecto cultural del problema también es complejo. Por un lado, los miembros de las comunidades wichís dan cuenta de la discriminación que sienten en las instituciones hospitalarias. Por otro lado, o no tanto, las autoridades deben lidiar con la reticencia de los aborígenes a la medicina occidental. Para colmo, el exitoso plan nacional de agentes sanitarios y de descentralización de la atención médica tiene sus vacilaciones allí. “La atención primaria de la salud es la llegada de los agentes sanitarios al territorio, muchos de la propia comunidad”, describe Susana Canela, especialista en políticas públicas. “Teníamos el centro de salud, enfermera, los médicos iban al lugar, pero la provincia ahora está teniendo un déficit de médicos en la parte pública”, explica. El sueldo de un agente de la medicina en territorio es pagado cerca de $7000.El gobernador Juan Manuel Urtubey puso en marcha un plan de emergencia con la intención de detener la seguidilla de muertes. Y al frente del plan la puso a Canela. Urtubey plantea que “si las actividades que venimos haciendo no son suficientes, hay que buscar estrategias nuevas e integrales. Si detectamos desnutridos, nos apoya muchísimo el Ministerio de Desarrollo Humano, que tiene todos los planes alimentarios con dietas especiales. Vamos a tener once nutricionistas repartidos por las comunidades, así que vamos a trabajar fuerte en este tema”, se ilusiona Canela, y suma que serán diez grupos de especialistas, universitarios e indígenas que trabajarán “comunidad por comunidad. Unas cuarenta personas se incluirían para trabajar en todo el territorio, desde Pichanal hasta Pocitos”.Canela sabe que “la problemática que se vive no tiene que ver solamente con un problema de acceso a los alimentos, sino con un proceso educativo, con el acceso a la salud, con condiciones dignas de vida. Todo eso hace que una persona y una familia pueda cambiar su situación de vulnerabilidad y superar problemáticas tan específicas como esta”, asegura.La Asignación Universal por Hijo llega también a estos parajes a los que no llega ni el agua. Algunos wichís lo perciben, pero otros no tienen la posibilidad porque no tienen ni documentos. La nutricionista Ana Inés Soruco Wynne es jujeña, pero trabaja con las comunidades de Salta. Hace hincapié en el error de no contemplar el multiculturalismo en el ámbito de la salud y alude a las experiencias de Venezuela, México y Chile. Los trasandinos instalaron en el Sur mapuche “hospitales interculturales donde las machis, las curadoras mapuches que tienen un espacio en los hospitales, trabajan en forma mancomunada con los agentes de salud clásicos”.El drama no puede quedar oculto detrás de la multiplicidad de factores que inciden en la problemática, todos los años mueren niños, que parecen ajenos como si fueran de una isla. Por Diego Long

lunes, 30 de abril de 2012

Un luminoso día de justicia

Orlando Balbo, detenido el 24 de marzo de 1976 en Neuquén y quien tiempo después marcharía al exilio en Roma, es el protagonista del libro Un maestro, de Guillermo Saccomanno. Por estos días, acaba de dar testimonio por la causa de “La Escuelita”, en las afueras de Neuquén, primero un matadero y luego un centro clandestino de detención donde se torturaba y asesinaba. Su declaración de cuatro horas, lejos de un simple testimonio, fue una disertación en la que citó a Kafka, a Primo Levi y a Walsh. Guillermo Saccomanno viajó a Neuquén para presenciar el juicio y escribió esta crónica que, a su modo, funciona como epílogo del libro publicado el año pasado. Por Guillermo Saccomanno 1 “Vos sabías que una de las versiones del porqué del nombre Escuelita –me contó el Nano–, es porque en Tucumán torturaban en una escuela. Otra versión dice que es porque allí los milicos enseñaban a cantar. Personalmente pienso que fue el resultado de una amalgama de experiencias similares en todas las provincias, hasta que los milicos instituyeron el término. Y hubo ‘Escuelitas’ en todo el país.” 2 Durante la dictadura, el mayor Luis Alberto Farías Barrera era el encargado en el Comando de la VI Brigada de Neuquén de atender a los familiares que venían a averiguar el destino de sus seres queridos. Cuando un familiar le preguntaba por su desaparecido, con una sonrisa campechana el mayor decía que no había por qué inquietarse: al ser querido lo estaban “reeducando”. Y una vez “reeducado”, volvería a su casa. “La Escuelita”, acá en Neuquén, se encontraba en las afueras de la ciudad, cerca del Batallón 181. Una construcción ruinosa que, en su origen, había sido un matadero y, más tarde, con la dictadura, fue adaptada como centro clandestino de detención. Allí se repetiría el infierno de los chupaderos de las cinco subzonas en que el país fue dividido por las Fuerzas Armadas poco antes de dar el golpe del 24 de marzo de 1976. Las dos voluminosas causas neuquinas de “La Escuelita” informan profusamente el horror que allí se vivía. No era diferente al de otros chupaderos. La causa judicial llamada vox populi “La Escuelita” supera las 24 mil fojas. Un detalle: hay unos cuantos apellidos mapuches. La causa no compromete sólo a los altos mandos militares y al personal de la represión. También involucra a la sociedad civil y, se estima, el juicio completo abarcará, en al menos dos causas más, cuatro expedientes. 3 Los Balbo acudieron a Farías Barrera varias veces mientras su hijo permanecía en cautiverio. Estaba al tanto de la suerte del muchacho, les dijo el militar. Sí, el Nano había sido golpeado un poco. Los de la Federal habían sido, esos salvajes. Más de una vez, los Balbo acudieron a Farías Barrera. Bonachón, el mayor les decía que no debían preocuparse: cuando volvieran a su chacra de Pellegrini, allí estaría el Nano. En estos días, Farías Barrera, como todos los acusados de la causa, es un viejo apocado que, hace unos días, sufrió un infarto en su arresto domiciliario y, por este motivo, se postergará su presencia en el juicio comenzado este mes después de una serie interminable de postergaciones. 4 Detenido el 24 de marzo de 1976, Orlando Balbo, el Nano, fue torturado en la Delegación de la Policía Federal de Neuquén, estuvo preso en la cárcel U9 de la misma ciudad y luego fue trasladado al penal de Rawson, más tarde a la cárcel de Caseros y finalmente exiliado en Roma; la historia del Nano es la de tantos militantes sobrevivientes de la dictadura. Detallar la tortura, los padecimientos de una prisión en la que los castigos eran tan siniestros como gratuitos, es lo que el Nano denunció en cuatro oportunidades a la vuelta de su exilio. En junio de 1984 declaró ante la Comisión de la Legislatura de Neuquén; en julio de 1985, ante la Justicia Federal. Cuando el radicalismo derivó las causas de la dictadura a la Justicia militar, declaró en el Comando de la VI Brigada de Infantería. Y en noviembre de 2008, ante la Fiscalía Federal de Neuquén. En cada oportunidad, el Nano debió soportar una tortura más refinada: la espera. Ante la instancia de cada nuevo testimonio, revivió una y otra vez el calvario sufrido para ser fiel a la verdad. Un testimonio es una narración. Pero esta narración, la narración del testigo, parte de un cuerpo y sus marcas imborrables como, en este caso, es la sordera del Nano. El juicio oral y público, impulsado por la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), persigue el castigo de los responsables del terrorismo del Alto Valle de Río Negro y Neuquén. La magnitud del juicio llama la atención como el ninguneo de los medios nacionales. 5 A la vuelta del exilio, durante el alfonsinismo, buscando reinsertarse, siguiendo los consejos del padre Jaime de Nevares y Noemí Labrune, fundadores de la APDH neuquina, el Nano, discípulo de Paulo Freire, fue maestro de adultos en la comunidad mapuche Millain Currical en el Paraje Huncal. Una mañana del ’85, cuando daba clase en la cooperativa, un paisano vino a avisarle que debía comunicarse urgente con su familia en Pellegrini. Para establecer contacto telefónico, el Nano debió viajar en un auto desvencijado por el camino pedregoso y polvoriento hasta Loncopué. Llamó. Lo atendieron sus hermanas alarmadas por la salud de su padre después de una visita policial. A la comisaría de Pellegrini, en la provincia de Buenos Aires, por entonces domicilio legal del Nano, había llegado una citación judicial. Dos policías se apersonaron en el campo para entregarle la citación a la familia: el hijo debía presentarse ante la Justicia. El padre, octogenario, se preguntó qué pasaba. Y, le dijo un policía, usted debería saberlo. En las cosas que anduvo su hijo, le dijo el otro. Por algo lo estarán buscando. El fantasma de la represión volvió a cernirse sobre la familia Balbo. El Nano logró comprender lo ocurrido a través del nervioso relato telefónico de sus hermanas: debía presentarse en el juzgado para declarar contra sus represores en el juzgado de Neuquén. Aquí fue recibido por el juez Rodolfo Rivarola y su secretario, José María Daquier, en la actualidad, fiscal de la causa “La Escuelita”. Cuando el Nano le contó a Rivarola lo que los policías habían dicho a su padre y el temor que les habían resucitado a sus familiares, Rivarola le prometió al Nano que haría traer esposados a esos dos policías y los iba a sumariar por abuso de autoridad e intimidación. El Nano calmó al juez. Esos dos milicos eran policías de pueblo y habían actuado así de primitivos que eran nomás. Además, para qué complicar más la cuestión cuando uno de ellos seguro era de jugar a las bochas con su padre. No obstante, Rivarola levantó el teléfono y llamó a Pellegrini, pegándole un levante al comisario. Si el Nano, durante su testimonio, vacilaba, el juez le proponía que se tomara un descanso. El Nano se acuerda de que le habían desplegado sobre una mesa una serie de fotos de represores. Se le preguntaba por cada foto. Si podía identificarlos o no. Había fotos ante las que no dudaba. Pero otras lo hacían vacilar. Pudo identificar con nitidez a Guglielminetti y al Perro, el comisario de la Federal. Al dar vuelta esas fotos, en el reverso, allí figuraba el nombre del represor. Si al Nano la tensión de la memoria lo vencía durante el reconocimiento, el juez lo invitaba a relajarse, tomar un café juntos. Han sido esta clase de hombres de ley quienes, contra la adversidad impuesta por el terror de Estado, impulsaron las causas contra viento y marea. No siempre fueron así quienes le tomaron su testimonio. Cuando Alfonsín derivó las causas a los fueros militares, el Nano fue citado a declarar en la brigada. Se presentó solo. Un guardia armado lo condujo al interrogatorio de la Justicia militar, donde fue tratado como culpable. Ante cualquier vacilación, las preguntas se volvían apriete. Un ejemplo: al Nano le fue preguntado si el vehículo en que lo cargó Guglielminetti era crema o celeste. Era claro, color claro, de eso se acordaba. “No le pregunto por la tonalidad”, le dijo el oficial. “Esta no es una cuestión de tonos”, agregó con dureza. Al rato de estar declarando, el Nano se arrepentía de haber venido solo. Podía quedar adentro por falso testimonio. Finalmente, cuando terminó su declaración y salió del edificio, sentada junto a uno de los cañones que decoran el pórtico de la brigada, allí estaba leyendo y escribiendo Noemí. “¿Cómo se te ocurrió venir solo?”, le preguntó Noemí. “No quería ser cargoso, ni joder a nadie”, contestó el Nano. “No debiste hacerlo”, le dijo Noemí. Y esta anécdota la describe en genio y figura. Porque Noemí vela atenta por cada uno de los sobrevivientes. Y es, desde luego, el alma mater de esta causa. 6 Hay una historia que Noemí describe con humor ácido. Un viejo entra a la panadería. Otro viejo, al verlo, se descompone. Se da cuenta: ese otro viejo fue su torturador. La escena no es improbable. Y la refería Noemí hace unos meses al aludir a la impunidad y la demora del Ejecutivo en la firma de los pliegos, el nombramiento de los jueces y la reactivación de las causas, si las víctimas sobrevivientes de la dictadura, una generación, la del ’70, merodea o sobrepasa los sesenta años, los criminales son viejos de aspecto inofensivo y expresión perdida, como si no comprendieran por qué están ahí, acusados. Quien entre al tribunal y mire hacia el sector de los acusados, verá un conjunto de abuelitos. El tiempo pasa, los hombres envejecen, pero los delitos de lesa humanidad y el genocidio no prescriben. Si estos ancianos criminales no asustan hoy a nadie, hay entre ellos, sin embargo, un tipo que no parece tan viejo y todavía mira torvo: Guglielminetti. 7 Al sentirse “atacado” por una abogada, Raúl Antonio Guglielminetti no prestó declaración indagatoria, pero ofreció una sucinta autobiografía. Contó que hasta la mayoría de edad se apellidaba Beleni, como su madre, pues Amleto Guglielminetti no es su padre biológico y lo reconoció después que cumplió la mayoría de edad. El nombre de fantasía con que lo bautizó el Ejército fue Rogelio Angel Guastavino. Nació en la Capital Federal, tiene setenta años. Y ha permanecido preso en el penal de Marcos Paz. En su relato pormenorizó que fue agente de Inteligencia del Ejército desde 1973, en 1976 fue trasladado a la ciudad de Buenos Aires y prestó servicios hasta 1979. Después fue a vivir a Estados Unidos: en Miami tuvo una joyería. Tampoco se refirió a su vinculación con el tráfico de armas. En el presente arrastra una sentencia condenatoria del TOF Nº 2 de Capital Federal por delitos de lesa humanidad. La pena fue de 25 años de prisión. También fue condenado en la causa Automotores Orletti por el TOF Nº 1 de la Capital Federal a 20 años de prisión. Después de ser acusado como integrante de la banda de Aníbal Gordon y autor de los secuestros y asesinatos de los empresarios Sivak y Naun, Guglielminetti jugó su sarcasmo al extenderse sobre “sensaciones que estaba teniendo y necesitaba exteriorizar”. Lo que dijo: “Caído el nazismo, en la reforma del código penal alemán, el artículo segundo les daba a los jueces la libertad de interpretar la declaración de los imputados para satisfacer las necesidades del Estado punitivo. Y yo creo que esta mención que se hace así, atropelladamente, intentando acumular información para el acto que va a venir, está totalmente fuera de lugar, señor presidente, porque debieran tener el recato de que el Derecho penal también tiene una estética, más allá de una ética. Tiene una estética y debe conservarse frente al tribunal”. En consecuencia, se reservaba para después de los alegatos. Guglielminetti, cabe consignarlo, fue el secuestrador y torturador del Nano en aquellos días primeros del golpe. A las sesiones de picana y de teléfono, golpes en los oídos con la mano ahuecada, se debe la sordera casi total que sufre el Nano. Con todo lo que parece saber sobre la teatralidad del ritual jurídico, el represor debería tener en cuenta Eichmann en Jerusalén, la crónica ensayística que Arendt escribió para The New Yorker. La filósofa describe con sagacidad la puesta en escena del juicio, el efecto que causaba, en cada audiencia, el ingreso de los letrados, la voz estentórea del juez, anunciando el inicio de la sesión. Impactaba ese instante del comienzo de la puesta. Pero el efecto teatral, su liturgia, lo que podía considerarse eso que Guglielminetti demoniza como el lado “estético”, se disolvía apenas comenzaban los testimonios y el horror estremecía al público. Contra el relato de las víctimas no había, no hay, no habrá, efecto estetizante. Noemi Labrune y otros miembros de la apdh al iniciar la investigacion de “la escuelita” 8 En la silla de los acusados se sentarían en este abril jefes militares, suboficiales, civiles que trabajaban en Inteligencia del Ejército, personal de Gendarmería y comisarios retirados que integraron el área de Inteligencia de la Policía o la jefatura de comisarías de Cinco Saltos y Cipolletti. Los involucrados en la causa “La Escuelita”: José Ricardo Luera, Enrique Braulio Olea, Hilarión Sosa, Luis Alberto Farías Barrera, Oscar Lorenzo Reinhold, Mario Alberto Gómez Arenas, Enrique Charles Casagrande, Máximo Ubaldo Maldonado, Osvaldo Antonio Laurella Crippa, Gustavo Vitón, Jorge Osvaldo Gaetani, Jorge Eduardo Molina Ezcurra, Sergio Adolfo San Martín y Francisco Julio Oviedo. También serán juzgados el gendarme retirado Emilio Jorge Sacchitella; los civiles de Inteligencia Raúl Guglielminetti y Serapio del Carmen Barros; y los ex comisarios rionegrinos Antonio Camarelli, Julio Héctor Villalobo, Saturnino Martínez, Miguel Angel Quiñones, Gerónimo Huircaín, Oscar Ignacio Del Magro y Desiderio Penchulef. Además de las 24 defensas, participaría del proceso una gran cantidad de querellantes por las 39 víctimas. El arranque del segundo juicio de la causa “La Escuelita” II fue de alto voltaje. Los primeros tres días de audiencias fueron bravos, con cruces fuertes entre los querellantes y defensores. Hubo encontronazos a raíz de los planteos preliminares, pero el Tribunal evidenció la firme decisión de avanzar en el proceso sin distraerse en las estrategias de las partes. De los 23 acusados, 18 se abstuvieron de declarar, aunque algunos prometieron hacerlo después, y quedó abierta la expectativa sobre los cinco restantes, porque hay elementos objetivos que permiten suponer que podrían tomar la palabra y dar su versión de los hechos que les imputan o al menos del proceso. En estos días, las declaraciones más explosivas fueron las de Molina Ezcurra, quien criticó que en las cárceles sólo están algunos militares y no rinden cuentas los “más de 600 intendentes” que formaron parte del proceso. También cargó contra Balza por haber instalado durante su mando un “sentido malicioso de obediencia” con el concepto de órdenes “morales e inmorales”, que consideró inexistentes en el manual del mando militar. Al el ex jefe de Estado Mayor, Martín Balza, lo acusó de conocer que en 1983 se mandó a incinerar toda la documentación existente sobre las directivas y actividad del Ejército relacionada con la “lucha contra la subversión”. Molina Ezcurra recalcó que la Justicia debió citar a Balza por la actuación en el centro clandestino “La Polaca”, que recorría como “jefe de día”. 9 En los días anteriores a declarar en el TOF, acompañé al Nano. Iba a ser el primer testigo de la causa. Y su familia estaba atemorizada. No era para menos: al antecedente de la desaparición de Julio López, ahora, en Neuquén, había que sumar la casa de las Madres baleada al comenzar el juicio. Pero el Nano no es de achicarse. Conviene tal vez que lo aclare: el Nano es el protagonista de Un maestro, la crónica que escribí inspirado en su vida como ejemplo de lucha y lección de vida. Nuestra intención original era concluir el libro con el juicio, pero el juicio se postergó, prometiendo convertirse en el Día del Juicio Final. Ahora, por fin, el miércoles 18, el Nano declararía ante el TOF compuesto por los jueces Orlando Coscia, Eugenio Krom y Norberto Ferrando. En esas noches anteriores, al Nano se le notaban los nervios. La ansiedad subterránea. “¿Qué te preocupa?”, le pregunté. “Incurrir en falso testimonio –decía–. Quiero estar seguro de cada cosa que digo.” Y volvía a escribir en su ayuda-memoria. En un momento le pregunté si sentía que se encontraba ante un examen o daría una clase. “Es las dos cosas –dijo–. Me siento más seguro dando una clase.” Como docente, se dispuso a prepararla. No durmió bien esa noche, el Nano. La pesadilla que lo tuvo atrapado después de la tortura volvió con intensidad. Taquicardia, sudor frío, despertar con un grito ahogado. La espera. 10 Ese miércoles amaneció limpio y soleado. Pero el viento patagónico frío y crudo obligaba a alzar solapas y anudar bufandas. Sin embargo, no impidió que en la avenida Argentina que sube hacia la Universidad se juntaran frente al alambrado protector del TOF agrupaciones con sus carteles, además de un sinfín de compañeros docentes del Nano. Vinieron a apoyarlo amigos, tanto desde Chos Malal como desde San Martín, y no pocos de Buenos Aires. Un gran lienzo blanco de la APDH con los rostros de los desaparecidos tapaba gran parte del alambrado. El TOF funciona en instalaciones de la Universidad del Comahue y no reúne todas las condiciones que, se supone, exige una sala para este tipo de juicio. El Ejecutivo había prometido una cifra para acondicionar la sala. La cifra no se completó. Pero suspender el juicio esperando el dinero del gobierno implicaba –y Noemí Labrune lo sabía– una nueva postergación de la causa, una nueva dilación y su consecuente tortura en la espera en las víctimas por declarar. Excepto el comisario Camarelli, solitario y apocado, ninguno de los acusados se presentó a esta audiencia. Aquellos que no adujeron, como Farías Barrera, un infarto y arresto domiciliario, pidieron seguir las alternativas por teleconferencia. Apenas el Nano entró en la sala, el público se levantó a aplaudirlo. Fue un saludo conmovedor. La sala amplia, enorme, compartía las dimensiones de un gimnasio. Distribuidos en U, los jueces, en un estrado. Al pie, en dos hileras, las mesas respectivas de la querella y la defensa. En el centro, el banco y la mesita donde se sienta el testigo. En este caso, debido a la sordera del Nano, se habían acondicionado dos monitores en los que se imprimirían las preguntas a formularle. Al tomársele juramento, el Nano apoyó la mano, como sin querer, sobre una Biblia. Más tarde se daría cuenta de qué ejemplar era: la Biblia Latinoamericana, la de los teólogos de la liberación. Tranquilo, al principio con voz quebrada, recuperando firmeza después, el Nano arrancó: “Durante casi cuarenta años he almacenado y preservado en mi memoria hechos de los que fui testigo, hechos que muestran cómo se montó un plan criminal que, conducido por las Fuerzas Armadas, sometió a las instituciones del Estado y, con la complicidad de sectores de la sociedad civil, se instaló el terrorismo de Estado en nuestro país. Este plan tuvo un objetivo: bajo el terror, la sociedad se comportaría con sumisión sin reaccionar no sólo ante el terrorismo sino, también, ante un proyecto económico que endeudaría al país y empobrecería como nunca a sus habitantes. Instituciones jerarquizadas del Estado, a las que el pueblo había provisto para su defensa, eran ahora las responsables del exterminio de toda oposición”. El Nano no podía pasar por alto una asociación para nada ilícita: que hace unos meses se cumpliera otro aniversario del asesinato del maestro Carlos Fuentealba, que ayer fuera el Día del Profesor Neuquino y que él, un docente, fuera el primero en declarar en una causa denominada “La Escuelita”, todo cerraba en una paradoja tan macabra como el origen del centro clandestino, un matadero, lo que remitía al vejatorio texto echeverriano, según David Viñas, fundante de nuestra literatura y clave para comprender las tensiones entre civilización y barbarie. En su relato, el Nano no se detuvo en una enumeración obsesiva de las torturas sufridas. Se acordó con ironía de la rapiña de sus torturadores, los efectos que le robaron al detenerlo: un reloj, un anillo de sello, un encendedor y algo de dinero. Sí, en cambio, abundó en las penurias y bromas siniestras con que los represores gozaban a los familiares de los detenidos. Tampoco se manifestó partidario de la pena de muerte. No es de victimizarse el Nano. “Estoy convencido de que la justicia repara y es sanadora”, afirmó. En una interrupción, agotado, debió retirarse para controlar la presión arterial. Un enfermero le suministró una pastilla. Estabilizado, al continuar, antes que detenerse en la descripción morbosa de los castigos eligió, durante sus tres horas de exposición, citas que irritarían a la defensa, abogadas y abogados refunfuñantes, poco ilustrados, que se dedicaron a hostigarlo con preguntas de mala leche queriendo vincular al Nano, militante del PB, con las organizaciones armadas de la época. No fueron pocas las veces que la provocación chabacana y ramplona de la defensa causó la hilaridad del público y fue reprendida por el juez Coscia con un laconismo elegante. El Nano prefirió continuar su argumentación citando a Kafka, aludiendo a la espera como castigo más terrible que el castigo en sí, y a Primo Levi: “Si comprender es imposible, conocer es necesario. Porque aquello que ocurrió puede retornar. Las conciencias pueden ser nuevamente seducidas y oscurecidas: incluso las nuestras”. Como cierre, leyó un fragmento de la Carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar: “El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, lo que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva, lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron”. La exposición del Nano ante el Tribunal había durado casi cuatro horas. 11 Al salir del Tribunal, más de las tres de la tarde, bajo un sol tibio y un cielo azul, el Nano se fundió en un abrazo con su hija. Se miraron a los ojos, rodeados por una multitud que quería abrazarlo y felicitarlo por su clase. Su expresión se había despejado. Su sonrisa era feliz. La espera, esa tortura, había concluido. Y la pesadilla, exorcizada. Había sido un luminoso día de justicia.