domingo, 24 de julio de 2011

ALEJANDRO DOLINA: «Somos como payadores»

Alejandro Dolina es un personaje único de la cultura argentina, capaz de atravesar con la misma impronta los medios, los pentagramas y las bibliotecas. Mientras disfruta de la inoxidable leyenda de su labor radial y vuelve a aventurarse en la televisión, el creador anuncia que avanza en la escritura de su primera novela y explica las motivaciones por las que adhiere al proyecto político del kirchnerismo.
La medianoche cálida y brumosa que desmiente al otoño porteño parece ser el territorio natural de Dolina. Sin descuidar sus tesoros de esa hora, que son un alfajor y una tableta de chocolate blanco, el escritor, músico y conductor radial se presta al diálogo franco. Mientras el autor de los volúmenes Crónicas del Ángel Gris, El libro del fantasma y Bar del infierno se asoma a los pliegues de su universo creativo, una nutrida legión de jóvenes hace fila sobre la avenida Corrientes para poder ingresar a una de las salas del Multiteatro, el ámbito teatral que actualmente aloja las andanzas de La venganza será terrible, nombre que desde hace 18 años denomina a un espacio radial que con otros títulos como Demasiado tarde para lágrimas y El ombligo del mundo, se largó como una travesura en abril de 1985.
«Yo no me explico por qué la gente sigue concurriendo, de verdad no lo sé. Debe ser por algún malentendido, pero sigue ocurriendo», desliza este artista oriundo de la localidad bonaerense de Baigorrita, antes de aportar un dato que le acaricia el alma: «En algunos foros más, en otros menos; algunos días más, otros no tantas; algunas temporadas altas y otras bajas; lo cierto es que siguen presenciando este programa miles y miles de personas todos los años».
Antes de que la cortina que anuncia una nueva emisión del ciclo a través de Radio Nacional (AM 870) ironice acerca de un programa «pagado por el oficialismo y premiado por la oposición», repasa con satisfacción algunas de esas andanzas. «A veces hemos tenido altísimas concurrencias, en foros como el del Anfiteatro Humberto de Nito, de Rosario, donde alguna vez fuimos más de 12.000 personas, o en las tribunas del Estadio Centenario de Montevideo», recuerda.
Al pasar revista a ese andar a través del dial, que lo llevó por El Mundo, Rivadavia, FM Tango, Continental y Radio 10, destaca que «está Mar del Plata, donde se da una cosa muy curiosa: al mismo tiempo y en la misma función, reunimos a un público de todas las provincias que se junta allí. Y también están las giras que seguimos haciendo, simplemente por pueblos de la provincia de Buenos Aires y, otras veces, intentando mayores distancias». Aquí o allá, Dolina es definitivamente el imán que atrae a una muchachada ávida de buenas historias, que aglutinan el barrio con la filosofía y que se barnizan con elegantes ironías y melodías definitivamente pasadas de moda. Aunque en estos lances ha sabido acompañarse de diferentes laderos, capaces de sintonizar la misma frecuencia.
–¿Es difícil formar parte del juego que vas proponiendo cada noche?
–Es muy difícil. No es sencillo encontrar compañeros adecuados. Y es por ese motivo que les tengo tanto afecto y tanta admiración a las personas que están conmigo.
–¿Por eso se han ido produciendo los cambios de elenco?
–Si se tiene en cuenta que hace muchos años que estamos en el aire, no hemos cambiado tanto. En general, todos los cambios han obedecido a razones profesionales y de crecimiento de nuestros compañeros, como en el caso de Gabriel Rolón y de Coco Sily, que han debido abandonar el programa por propuestas y posibilidades profesionales muy superiores o, al menos, superiores en lo que tiene que ver con un desarrollo exitoso, no sé si en lo artístico. Lo que quiero decir es que nadie se fue peleado.
–¿Cómo definirías a tus actuales compañeros?
–El equipo actual ha venido a reemplazar a un verdadero «dream team», ya que Gillespi, Sily y Rolón configuraban un elenco fortísimo. Patricio Barton es extraordinario, a Jorge Dorio ya lo conocía por haber compartido con él otras temporadas y Gabriel Schultz proviene de la radio, de un ejercicio continuo y muy profesional, así que desde luego que estoy muy contento con ellos.
–¿Es más difícil o más fácil de lo que parece subirse a este tren que ponés en funcionamiento?
–Para los compañeros es más difícil de lo que parece, pero no por mi exigencia, sino porque se requiere una perspicacia para seguir el discurso. Tiene que ser un poco payador el que se siente aquí, tiene que continuar el discurso con pertinencia. Tiene que contestar, pero al mismo tiempo tiene que abrir; no puede contestar cerrando puertas, sino abriendo otras nuevas. Hay grandes actores, muchachos de una gran imaginación, artistas mucho mejores que nosotros que, sin embargo, cierran su propio mundo. Y es muy difícil meterse en ellos y continuar con un discurso que debe ser colectivo.
–Se supone que es un ejercicio dificultoso el saber escuchar…
–Claro, por eso creo que lo nuestro tiene que ver con lo que hacen los payadores: cuando cantan a media letra, no tienen solamente que rimar lo que le propone el compañero, sino también abrir la puerta para que continúe la rima el que viene después de ellos. Cuando alguien clausura con rimas o ideas que son difíciles o que no tienen continuación, no sólo cierra la puerta del compañero, sino que también cierra su propia puerta. Y entonces se termina el juego.
–¿Con esta misma mecánica encarás Recordando el show de Alejandro Molina?
–En la televisión es la primera vez que me ocurre de contar con un equipo de gente como la que conforma el grupo de Juan José Campanella, que está absolutamente involucrada con el programa y que tiene muchos deseos y, fundamentalmente, mucha competencia, para que la cosa salga bien. Afortunadamente, se ha dado esa afinidad estética que al menos permite ahorrar tiempo en conversaciones y en explicaciones cada tres palabras. Verdaderamente, hay que indicar que la participación de Campanella y su grupo mejoraron mucho el proyecto.
–¿Cómo surgió la idea del programa?
–La idea surgió como una cosa muy humilde. En principio, había pensado en hacer un micro que tuviera una charla, una canción y nada más, porque no era el canal Encuentro un lugar donde encontrar presupuestos para aventuras más rumbosas. Pero sí era un foro donde la complejidad de las ideas podía ser admitida con mayor hospitalidad.
–Pero la cosa creció…
–Surgió la venturosa posibilidad de que se incorporara Campanella a dirigirlo. En verdad, la idea partió de Martín Dolina (uno de sus hijos), que concibió la posibilidad de no hacer el programa que habíamos pensado, ese de las charlas y las canciones, sino de recordar ese programa como si ya hubiera ocurrido: entonces podríamos evocarlo casi despilfarrando. Y después viene el otro programa, que es el documental acerca de aquel programa, que tiene testimonios de tipos que trabajaron con el tal Molina, pero también cámaras de seguridad, películas vecinas y, desde luego, los fragmentos de aquel programa. Pero tiene también un conductor que, a partir de todos esos recursos, va generando otra historia: la del protagonista y de quienes lo rodeaban, sus excentricidades, sus amores, sus locuras, su desaparición y algunas traiciones, también.
–¿Cuánto de Dolina hay en Molina?
–Mucho. Molina es más sombrío, seguramente, pero tal vez yo soy más sombrío de lo que se cree. No teme Molina a mostrarse sombrío y, en cambio, acaso Dolina mantiene al menos cierto temor, una cierta vergüenza.
–Uno de los disparadores de la historia de Molina tiene que ver con una mafia que, se dice, es china o japonesa. ¿A qué obedece esa fascinación por las historias orientales?
–El ápice de ese interés por lo chino es más que nada por el taoísmo y por ciertas antiguas literaturas de la China. Algo que se apreció de manera notable en Bar del infierno, donde hay un montón de relatos chinos, probablemente un poco influidos por algunas lecturas o recurrencias, que son hijas de ciertos descubrimientos y deslumbramientos. Ahora y por casualidad, en El show de Alejandro Molina también están los chinos de la mafia que persiguen a Molina. Y, un poco por casualidad, el primero de los relatos que hice en el programa fue un relato chino también, pero nada más.
–¿Cómo describirías el tipo de humor que se cultiva en el programa?
–Todo se desarrolla naturalmente en un clima de cinismo, con actuaciones despojadas, para permitir mejor todavía el registro humorístico que hacemos, que no es tanto de farsa ni de exageración, sino que más bien se nutre de lo que no hay.
–¿Qué te ocurre al presenciar El show… cada martes por la noche?
–Ahora que lo veo, lamento decir que me gusta. Digo lamento porque quedaría mucho mejor decir que no estoy conforme y que hubiera soñado con algo mejor logrado, pero la verdad es que no: me gusta mucho. Me parece que eso es lo que queríamos hacer y, teniendo en cuenta las limitaciones que uno tiene, no está nada mal.
–¿La concreción del programa te ha llevado a amigarte con la televisión?
–No estoy peleado con la televisión, pero la pregunta está bien hecha y la respuesta es no. No porque no es televisión de aire, porque no manejamos ni horarios ni ambiciones televisivas de alta competencia, sino que aspiramos a hacer un programa que esté bien y que sea visto por la mayor cantidad de gente posible, a sabiendas de que las muchedumbres van a permanecer incluso ignorantes de la existencia misma de este programa. Esto es así.
–¿Cómo observás el panorama político, en el que estás asumiendo un papel público y explícito?
–Evidentemente, estamos ante un conflicto áspero pero al mismo tiempo indispensable, porque creo que la política ahora está en el centro de la discusión. La discusión es política, no es sobre gestión o hechos puntuales que no tienen ideología. Estamos ante una discusión profundamente ideológica entre el liberalismo y las corporaciones colocadas de ese mismo lado, el del poder económico y el del establishment, mientras que del otro lado hay un gobierno que ha resuelto que el Estado intervenga con un sentido que lleva a cabo políticas audaces, que dan un resultado bastante aceptable, en algún caso de perfiles inéditos.
–¿Están claramente planteadas dos maneras de entender la Argentina?
–Este gobierno tiene en su agenda algunas cuestiones que solamente discutíamos en las pizzerías, en los bares o en las reuniones de estudiantes o de diletantes. Ahora esos asuntos forman parte de la agenda oficial. La otra cosa que también es inédita, o que se ha dado muy pocas veces en la Argentina, es que el poder económico está en un lugar y el gobierno está en otro. Casi siempre los gobiernos han sido funcionales al poder de las corporaciones, y ahora no sucede así. Esto genera una discusión de tal índole que es imposible enmascararse, no hay más remedio que dejar caer la máscara. No estamos ante un conflicto de modales ni de transgresiones a las buenas maneras políticas; estamos ante un asunto fuertemente político y me parece bien, porque además ha sucedido que sectores que estaban completamente desinteresados por la política han vuelto a interesarse, y de la mejor manera.
–Ese interés incluye claramente a los jóvenes.
–Siempre es preferible que amplios sectores de la juventud estén interesados en esta discusión y no en atender cómo resuelven su situación individual, a qué país emigran, a ver si es mejor Miami que Italia.
–¿Esta suma de elementos te hace ser optimista de cara al futuro inmediato del país?
–Soy bastante optimista, teniendo en cuenta el momento áspero que le tocó vivir a la Argentina en 2001: estamos saliendo de ahí. No me hago ilusiones respecto a nuestra pertenencia al primer mundo ni nada por el estilo, pero evidentemente algunos baldes de barro hemos sacado.
–¿Cómo te sentís siendo parte de espacios sociales, culturales y políticos que acompañan este proceso?
–Lo vivo con alegría y también con temor. Cuando hay una convocatoria tan amplia y tan generosa de pensamientos, evidentemente hay también alguna clase de confusión. Entonces, no es una cosa sencilla. Esto me da un poco de temor, especialmente en estos meses preelectorales, porque creo que en las próximas elecciones se juega mucho de la historia argentina. No es una administración u otra, sino un país u otro. Y por ahí tengo miedo a cierta torpeza de nuestro propio campo, ya que creo que es más peligrosa la posibilidad de un gol en contra que la de un gol señalado por los propios adversarios. Y ya algunos goles en contra nos hemos hecho.

                                                                                                                                 Sergio Arboleya


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