martes, 15 de noviembre de 2011

Colectivo imaginario

Pasan entrenadores, torneos, copas y eliminatorias con la misma base de jugadores. Se piensa que en algún momento va a surgir un equipo que todavía no aparece.

El marco fue el exacto para el cuadro. Ni los simpatizantes de ocasión ni los encumbrados empresarios acompañados de sus numerosas familias con entradas de protocolo que copan las plateas bajas del Monumental, ni los hinchas que sienten verdadera atracción por la Selección ni las nenas que van a gritar por Messi y Agüero (el viernes ausente) cada vez que agarran la pelota como si fueran Justin Bieber. Nada de eso alcanzó para darle a la cancha de River una escenografía acorde. Más bien se parecía a los homenajes que le realiza la AFA a los viejos campeones del mundo, cada tanto, donde sólo van los nostálgicos. Triste.
Y, dentro de ese marco, el equipo de Sabella estuvo acorde. Con claroscuros, obvio. En líneas generales el concepto no varía desde hace cuatro años. Ofrece poco y –con poco– gana o pierde pero rara vez juega bien.

Química. Dante Panzeri, quien es referente por ser un parámetro moral y ético dentro del periodismo, también debería ser leído y revisado desde los amplios conocimientos de fútbol que ostentaba. Con un concepto suyo de un capítulo del imprescindible Fútbol Dinámica de lo Impensado, de 1967, sobra para explicar los porqués de la Selección. El se blanquean los problemas y se genera una comunión inquebrantable en busca de un objetivo común a corto plazo y las individualidades estallan y llevan al éxito al equipo (Argentina ’86), o porque después de una derrota, la vergüenza deportiva de los integrantes del grupo revierte esta situación a través del orgullo. Dante, cuando hablaba de la conformación de un equipo, se refería a la homogeneidad de lo heterogéneo. Es decir, un conjunto de individualidades diferentes que terminan por transformarse en algo.
En algunos casos, esto se produce naturalmente –algunas veces, por propia química entre sus integrantes, que después se llamará mística–, en otros tantos se genera por el trabajo de años, inclusive desde inferiores (el Barcelona), en otros, porque y reviven de sus propias tristezas (Central descendió en 1984, ascendió en 1985 y salió campeón de primera en el campeonato 1986/1987), o porque tiene un entrenador que sabe poner en caja las vanidades y apunta al sacrificio colectivo en busca del objetivo (Bielsa en Chile). Las variables para que se genere ese punto donde 22 jugadores dejan de ser un montón de intenciones y pasen a ser un equipo, son muchas.
El equipo que el viernes empató 1 a 1 con Bolivia, en un partido que tranquilamente pudo haber ganado (y perdido sobre el final) transitó, con escasas variantes en la conformación de su plantel, muchas de estas situaciones. Sin embargo, no consigue manera de que aparezca lo colectivo. No hay Messi, no hay Higuaín, no hay Pastore, ni hay Agüero, ni hubo Tévez, ni hubiese habido Maradona, Batistuta, Caniggia, Passarella o Kempes sin equipo.

Players. Estos jugadores vienen trabajando juntos desde hace cuatro temporadas. Soslayando la interpretación del fútbol de los técnicos que pasaron, incluyendo a Sabella, ¿no será que es improbable que el equipo aparezca por más que pareciera que con tales nombres debería ganar todos los partidos caminando? ¿Será que es imposible que se produzca la homogeneidad de lo heterogéneo como pedía Panzeri? A Basile –comparado con el presente, sus ciclos fueron grandiosos–, a Maradona y a Batista los arrasó este estigma. Pachorra, al menos, tiene oportunidad de cambiar antes de que lo pase por encima la realidad.

Crhistian Remoli

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