Y en ese rojizo, extraño atardecer
había azúcar en mi cabeza,
senti las gotas perderse entre mis dedos,
los billetes silenciosos
recorrían distintas manos,
botellas, risas y brindis de hombres
que no escucharon el grito de las cartas
ni el lamento del caballo atado al carro,
mear el cemento, duro a sus pies.
Jugué el infinito juego de las cortinas
observando al perro despertar de un sobresalto
indescriptible, sutil, mágico.
Las palomas volaron de la iglesia,
los autos comenzaron a pasar
y sobre una planta se posó
el rojizo, extraño atardecer
a convertirse en noche.
Solo me quedó una impresión
recortada, ahora, por el intocable.
Recibí el manotazo a quemarropa de mis ojos,
descubrí la mirada
y me vi con emosión.
Toni.
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